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En la columna anterior señalamos que, en la serie “Adolescencia”, los chicos enfrentan las dificultades propias de su edad en un contexto de profunda soledad. Lamentablemente, esa representación no es exagerada: muchos adolescentes viven hoy en entornos que carecen de contención, sostén emocional y adultos referentes que los orienten con amor.
Por un lado, asistimos a una cultura donde el rol de los adultos se desdibuja. Se rompe el contrato social no escrito que asigna a padres, docentes y referentes el papel de guías, contenedores y educadores en valores. En su lugar, aparecen figuras adultas que, por miedo al rechazo o por inseguridad personal, intentan agradar, actuar como amigos o incluso permanecer al margen. Padres que no ponen límites, que no quieren “molestar”, o que han sido criados en entornos autoritarios y ahora optan por el extremo opuesto.
los adolescentes no necesitan adultos que les festejen todo, sino adultos que se animen a ejercer autoridad con ternura. La falta de límites y normas claras genera un caos emocional que se traduce en inadaptación, rebeldía y conductas peligrosas. Los chicos no rechazan la autoridad por naturaleza: la buscan desesperadamente, aunque no lo digan.
La ausencia de referentes firmes deja lugar al caos. Sin límites ni guía, los adolescentes quedan librados a sus propias decisiones, sin comprender plenamente las consecuencias de sus actos. Esto puede derivar en conductas de riesgo, vandalismo, violencia y desconexión emocional.
Por otro lado, en el núcleo más íntimo, la familia también deja vacíos dolorosos. A veces, la ausencia es física: padres absorbidos por sus trabajos, por sus rutinas, o por un estilo de vida vertiginoso. Otras veces, es emocional: padres que están pero no escuchan, que ven pero no observan, que hablan pero no dialogan. El desconocimiento sobre lo que viven los adolescentes, la falta de herramientas o simplemente el miedo, los aleja.
“Instruye a tus hijos con amor y disciplina. Aun cuando sean mayores, no se apartarán de lo que les enseñaste.” – Proverbios 22:6 (NTV)
Muchos adultos sienten que no saben cómo ejercer su rol. Algunos vienen de hogares marcados por la violencia o el autoritarismo, y en su intento de no repetir lo vivido, se quedan sin brújula. Sin embargo, los extremos nunca son buenos. Ni el autoritarismo, ni la permisividad absoluta generan vínculos sanos.
A esta complejidad se suman factores como la falta de comunicación afectiva, la educación emocional ausente, el uso irreflexivo de las redes sociales y una educación sexual deficiente. Todo esto aparece reflejado en la serie “Adolescencia”, y tristemente, también en la vida de muchas familias reales.
Lo más desgarrador, sin embargo, no es la ausencia ni el desborde. Es la falta de aceptación. Cuando los padres no logran aceptar a sus hijos tal como son —con su identidad, su temperamento, sus búsquedas y sus dudas— los chicos comienzan a mirarse en espejos distorsionados. La no aceptación genera una carrera por “merecer” amor, cuando el amor, en la familia, debería ser un derecho, no una conquista.
“El amor no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor.” – 1 Corintios 13:5 (NTV)
Educar desde la aceptación no significa celebrar todo. Significa ver al hijo como un ser único, valioso, en desarrollo. Con talentos por descubrir y con heridas que sanar. Establecer límites desde el amor, acompañar con firmeza y ternura, es el desafío.
Necesitan adultos presentes, que guíen, que contengan, que escuchen y que abracen. La adolescencia no es una etapa para transitar en soledad. Y los adultos, si asumimos nuestro rol con humildad y compromiso, podemos ser la diferencia que transforme la historia de nuestros hijos.
“Y el Dios de paz les dé su bendición en todo momento y de toda manera.” – 2 Tesalonicenses 3:16 (NTV)