Una etapa clave

La adolescencia es una etapa determinante en la formación de la identidad personal. Abarca una transformación integral que atraviesa lo físico, lo psicológico, lo emocional y lo social. Este proceso se despliega desde la pubertad y culmina cuando el joven alcanza una visión integrada de sí mismo, capaz de conectar su proyecto vital con el entorno.

Durante este tiempo, el grupo de pares cobra una relevancia emocional enorme. Se transforma en un espejo que refleja aceptación, rechazo o indiferencia. Las redes sociales intensifican este fenómeno: los adolescentes buscan aprobación constante a través de likes, comentarios y seguidores. Pero esta exposición pública, muchas veces sin filtros, los deja vulnerables frente a juicios, comparaciones y exigencias que generan presión emocional. La comunicación digital, con su tono impersonal y muchas veces cruel, potencia ese riesgo.

“Por sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque éste determina el rumbo de tu vida.” – Proverbios 4:23 (NTV)

La distorsión del vínculo y del cuerpo

En este contexto, la sexualidad también se ve condicionada. El fácil acceso a contenido pornográfico distorsiona las nociones de deseo, afecto y respeto. Se ofrece una visión empobrecida y funcional del otro, como objeto de satisfacción, más que como persona valiosa. La pornografía no enseña sobre amor, compromiso ni consentimiento; refuerza estereotipos y naturaliza la violencia como parte del encuentro íntimo.

Tanto varones como mujeres son impactados negativamente. Las adolescentes enfrentan modelos que valoran la apariencia por sobre la dignidad, mientras que los varones sienten que deben validar su masculinidad desde el dominio, la conquista o el silencio emocional. Ambas miradas lastiman. Ambas exigen ser cuestionadas.

“Huyan de la inmoralidad sexual. Ningún otro pecado afecta tanto el cuerpo como este.” – 1 Corintios 6:18 (NTV)

Educar las emociones es formar corazones

La educación emocional y afectiva se presenta como una herramienta imprescindible. Educar no es solo transmitir información, es formar corazones. Enseñar a identificar emociones, a expresarlas sin herir, a pedir ayuda, a decir que no, es preparar a los chicos para construir vínculos sólidos y sanos. Esta formación empieza en casa, pero también debe estar presente en la escuela y en los espacios de comunidad.

Cuando esta educación falta, muchos adolescentes se sienten solos frente a un mundo que los presiona. La ansiedad, la tristeza, la violencia o la evasión no surgen de la nada: son respuestas a una ausencia. Lo vemos reflejado en producciones como la serie “Adolescencia”, donde los jóvenes buscan guía en espacios que no siempre están preparados para orientar con verdad.

“Los pensamientos sabios te protegerán y el entendimiento te guardará.” – Proverbios 2:11 (NTV)

Un llamado a los adultos

Tal como desarrollé en mi libro sobre bullying, la violencia no siempre es física. La palabra también hiere, el desprecio también marca. Por eso, la educación emocional no es opcional: es un camino de prevención. Formar adolescentes emocionalmente sanos es una de las maneras más efectivas de sembrar una sociedad más justa, respetuosa y humana.

Educar en emociones es ayudar a nuestros hijos a verse a sí mismos y a los demás como personas únicas, valiosas y capaces de amar de manera libre y responsable. Es reconocer en cada vínculo una oportunidad de crecer. Es asumir nuestro rol adulto con presencia, coherencia y ternura.

“Y el Dios de paz les dé su bendición en todo momento y de toda manera.” – 2 Tesalonicenses 3:16 (NTV)

¿Estamos dispuestos a asumir esta responsabilidad?

¿Estamos dispuestos a tomar ese lugar? El desafío es grande. Pero también es noble. Nuestros adolescentes no necesitan adultos perfectos. Necesitan adultos presentes. Y esa es una forma concreta de amar.

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